EL LAGO DE MISURINA (del LP "Sabato pomeriggio")

Misurina riposava
tra il ginepro e i rododendri
si affacciava il sole dalle nubi
sopra i suoi capelli biondi
ed un alito di vento andava
a sfiorare lei
per lasciarla poi
tra le braccia di Sorapis

Sorapis chiuse gli occhi e il capo inchinò
e giorno e notte aspettò
finchè di pietra non fu
e con le lacrime che scesero giù
un verde lago formò
tra abeti e genziane blu

La canción está inspirada en una antigua y triste leyenda de montaña.  Hela aquí:

EL ESPEJO DE MISURINA

Había una vez un padre y una niña. La pequeña se llamaba Misurina y Sorapis el padre. El papá era un gigante y Misurina una niña tan pequeñita pequeñita, que podía perfectamente caber en el bolsillo de un chaleco. Sin embargo, aquella pequeñita pequeñita podía a su antojo tomarle el pelo a aquél papá grande grande como una montaña. Es la suerte que toca a los papás demasiado buenos con las niñas que no merecen ninguna bondad. Y Misurina entretanto crecía irascible e insolente.

En el castillo del padre Sorapis todos la rehuían como la peste, cortesanos y lacayos de cámara, damas de compañía y cocineras.

-Señores míos, - gemía Sorapis - lo sé, lo sé. Misurina es un poco pilluela, pero ¡es una niña tan linda! Lo arreglaremos; lo arreglaremos.

Pero no lo arreglaba, pobre hombre. Al contrario, la pequeña, al crecer, resultaba más insoportable.

Su defecto más grande, sin embargo, era la curiosidad. Una niña tan curiosa no se la podría encontrar en todo el mundo. Quería saberlo todo, quería verlo todo.

Un día la nodriza le dijo:

-Una señorita como tú debería poseer el espejo "Todo-lo-sé".

-¿Y qué es este espejo? - preguntó la niña enrojeciendo de la emoción.

-Un espejo donde basta reflejarse para saber cuanto se quiera saber.

-¡Oh! - murmuró Misurina. Y ¿cómo puedo tenerlo?

-Pregúntaselo a tu papá que lo sabe todo.

Misurina fue junto a su padre, brincando como un gorrión.

-Papá - comenzó a gritar, - debes hacerme un regalo.

-Si puedo, joya mía.

-Sí que puedes.

-Entonces oigámoslo.

-Primero jura que me lo harás.

-No puedo jurar si no sé de qué regalo se trata.

-Quiero el espejo  "Todo-lo-sé".

Sorapis palideció.

-Tú no sabes lo que me pides, hija mía.

-Sí que lo sé.

-Pero ¿no sabes que el espejo pertenece al hada del Monte de Cristal?

-¿Y qué me importa? Lo comprarás.

El pobre Sorapis suspiró.

-Escucha Misurina...

-Lo has prometido, papá.

Y aquel demonio de hijita se puso a llorar, a suspirar y a echarse al suelo.

-Y si no me traes el espejo, yo moriré.

El pobre papá se colocó en la cabeza la corona, se puso la capa de armiño, cogió el cetro a modo de bastón y se dirigió a casa del hada que habitaba a pocos pasos de allí.

Apenas llegó a su castillo, llamó.

-Adelante - dijo el hada que estaba sentada en la sala del trono junto a dos damiselas. - ¿Quién eres y qué quieres?

-Soy Sorapis y quiero el espejo  "Todo-lo-sé".

-¡Tonterias! - rió el hada. -¿Solamente? ¡Como si se tratase de fresas!

-¡Oh hada, hada mía, no te rias! Si tú no me lo das, la niña morirá.

-¿Tu hija? ¿Y qué sabe del espejo  "Todo-lo-sé"? ¿Para qué le sirve? ¿Cómo se llama esta niña?

-Misurina - respondió el rey.

- ¡Ah, ah! - dijo el hada. - La conozco por su fama; sus gritos llegan hasta mí cuando tiene caprichos y éste es un capricho digno de ella. De acuerdo, yo te daré el espejo, pero con una condición.

-Oigámosla - accedió el rey.

-¿Ves cuánto sol cae de la mañana a la noche sobre mi jardín?

-Lo veo - respondió Sorapis.

-Me quema todas las flores y me da problemas. Yo quisiera una montaña que me diera un poco de sombra; o sea, desearía que tú, grande y robusto como eres, te contentases en trasformarte en una bellísima montaña. Con esta condición te daré el espejo  "Todo-lo-sé".

-¡Oh, oh! - dijo Sorapis, rascándose una oreja y sudando frío.

-Acéptalo o déjalo - dijo el hada.

- ¡Está bien! Dame el espejo - suspiró el pobrecito.

El hada sacó de un joyero, que tenía al alcance de la mano, un gran espejo verde y se lo dió. Pero como se percató de que el pobre Sorapis había palidecido, tuvo piedad de él y le dijo:

-Hagamos una cosa. Comprendo que tú no tengas muchas ganas de convertirte en una montaña, y es natural; pero, por otra parte, tienes miedo de que tu hija muera si no mantienes la promesa que le has hecho. Vuelve a tu castillo y dile a la niña la condición por la que obtendrá el espejo; si ella te quiere bien renunciará a poseerlo para no perder a su papá, y tú me devuelves el espejo. Y si no, no. Yo no tengo la culpa.

-¡Está bien! - respondió el rey. Y partió.

Misurina lo esperaba sentada en la zona más alta del castillo y apenas lo vió, le gritó:

-Y bien ¿Me lo has traído?

-Sí te lo he traído - jadeó el pobrecito. Y tomándola de la mano para hablarle mejor le contó la condición del hada del Monte de Cristal. Misurina batió las palmas.

-¿Pero es solamente eso? Dame pues el espejo, papá, y no lo pienses. Transformarte en una montaña debe ser una cosa bellísima. Ante todo, ya no morirás y te cubrirán de prados y de bosques y yo me divertiré allí.

El pobrecito palideció, pero era igual, su condena había sido decretada. Apenas Misurina hubo aferrado el espejo, Sorapis se extendió, se hinchó, pareció elevarse hacia el sol, se petrificó y en un momento se transformó en una montaña que todavía hoy se alza enfrente del Monte de Cristal.

Misurina encontrándose que se elevava hacia aquella altura prodigiosa sobre la cumbre de una montaña blanca y desnuda, donde poco a poco los ojos de su padre morían, lanzó un grito terrible y presa del vértigo, con su espejo verde, se precipitó hacia abajo. Entonces de los ojos de Sorapis comenzaron a caer lágrimas y lágrimas, hasta que sus ojos se cerraron y las lágrimas ya no llovieron.

Con aquellas lágrimas se formó el lago bajo el cual yacen Misurina y su espejo. Y en aquel lago Sorapis se refleja y busca con los ojos muertos a su niña muerta.

 

El lago de Misurina se encuentra a una altura de 1.745 m. rodeado de las montañas más famosas de los Dolomitas, entre ellas el Monte de Cristal, y entre bosques. Tiene una extensión de un kilómetro de largo y 300 m. de ancho. Es una de las joyas de los Alpes.

Junto a estas cumbres se encuentra el majestuoso monte Sorapis (3.205 m.)

 

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